martes, 6 de enero de 2009

Marilyn Monroe

En tus pezones de cerezas, Marilyn,
se estrellaba toda la maquinaria
de la Twentieh Century Fox.

En vos, en tu pubis angelical,
todos los aviadores,
los Ford de época,
las cámaras, los satélites
que transmitían tus piernas a los habitantes del planeta azul,
que veían tu cuero anaranjado y raro de loba hermosa,
tu cuero,
que los presidentes se disputaban,
que los actores de prestigio,
que los escritores de gruesos anteojos,
que los empleados de casas de comidas rápidas se disputaban.

Todos ellos querían tu marca de agua en sus retratos comunes,
la huella de tus dientes alineados,
de la roja boca pigmentada,
de las faldas traslúcidas de mariposa perversa,
tu imagen,
tu sola imagen indiferente
que se vendía en cualquier portal
en dólares americanos.

Y vos, tan sólo una e indivisible,
como los trapos que mordemos de niños,
única y fatal como nuestras muertes,
ibas sin saber que te habían fragmentado
dispersado,
roto,
rasgado como un himen,
sin ruido o con el ruido sordo
que hace la sangre cuando baja
y antecede al grito.

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