viernes, 26 de febrero de 2016

Para mi amiga Leticia Ressia, por algunas cosas sueltas que hablamos...

estoy seca, padre? dejé de amarte o la muerte es
un soltadero de manos?

te amé alguna vez? esperé de vos, esperé
con alegría que llegaras del trabajo, o ya tenía, de nena,
el corazón seco como una rama?

me viste flotar, crecer en una miseria chiquita, me viste
ejercer, con determinación, la tristeza, la mugre,
el piojo, y nada se partió en luz hacia mí? nada
vino, fue mío, no fui
tu honra, padre?

desperdiciaste tu sangre? esas horas frente
al sol de noche, conmigo, a solas, las perdiste?
sentís que las perdiste? que yo era una cosa, digamos,
una cosita? como una maceta, un yuyito, el fantasma
que en fuegos, de noche, arrancaba en las lagunas
y se perdía, etéreo, en las cortinas,
en el alto y negro laurel donde posaban
las bandadas

alguna vez, mirándote a los ojos, me ofrecía a vos, te llamaba
desde lejos, diciéndote papá, papito, mirame, levantame
de este plato hondo de la amargura, dejá que sea
la criatura de tus sueños, el jardín de las delicias,
la flor de los cerezos en la boca del monstruo

algo no cuajaba en tu amor, se iba, o era débil:
me penabas al rincón cuando, en el verano, me asoleaba,
buscaba bichitos, tropezaba en las latas
me hacía amiga de la sombra

estoy seca? nací seca para vos, por vos?

cómo hubiera sido encontrarte, llamarte
como un fuego en la noche y que vinieras
donde yo alzaba mi corazón entre los trapos

padre dormido, ves cómo soy?
padre dormido, estoy acá, ves cómo soy?
ves, ahora, cómo soy, si te amé o cuánto o cómo?
lo ves, lo ves,
papá,
papito?



domingo, 14 de febrero de 2016

Febrero 2016

tengo que escribir o matarme, así de simple

yo era una mujer suave, quién lo hubiera dicho, pero el mal viene, se agolpa
en el corazón y llama

toma sus elementos, hace allí su casa de fuego

la sangre coagula, la noche se hace grande, viene la muerte o no
viene, acaso algo más pequeño que eso:
un rencor, los amigos que fallan,
las cuentas por pagar
la desesperación, el agua
que baja sucia y a gotas

¿la desesperación?

¿qué esperaba yo de la vida? seguro que no el doméstico
brillo de las ventanas recién lavadas, seguro que no
el candor simulado de la soga hecha trenza, collar

la gran tormenta yo quise, la furia
del veneno, el viento que arranca el farol
y limpia esta gloria de todos pudriéndose en su rama

¿estaba yo preparada? ¿alcancé a ver
este hilito negro y desventurado tirando de mí
el día de mi nacimiento?

me quería esta voz en medio de la nada
para la nada, o qué? armar el silencio?

le dije sí, madre, otra vez soy yo, esta,
toma de mí lo que haya


martes, 9 de febrero de 2016

para quien ha negado lo suyo...

para quien ha negado lo suyo, nunca nada
será suyo. de pertenecer, yo pertenezco
a esta raza de hombres y mujeres agrícolas. no lo niego:
no consigo hablar de lo que sé, y en cambio me siento ancha
y cabal caminando en el silencio, acomodando
las plantas, curando el piojo a las gallinas

hasta no hace mucho, usé pañuelo
quité la maleza, llevé la comida a los peones

¿para qué negarlo? tengo la piel ardida por la siesta, es natural
que me atragante cuando me veo rodeada de intelectuales y moños

quiero escribir, pero
¿qué clase de conversación es posible entre un gato en celo
y una gata castrada? lo he visto: todo es confusión, antojo,
una nube violeta de histeria, una corrida de noche
por los muros

miren: puesto así todo es claro, pero en medio,
en el grito de lo dicho, lo no dicho asoma, se va tejiendo
con lo tangencial, la trama de lo leve, de lo imposible

tengo, cuando viene el día, la sensación de despertar y haber luchado
ciega, desatada entre nubes, el corazón
se apena por lo que lloró en sueños, por el amor
ido tras los pasos del fantasma, fantasma él mismo
hecho de guiños y terrores

¿qué voy a decir? en verano supe poner
trapos mojados en los quicios para que no entrara
el polvo, el calor agónico, y entiendo
que el silencio teje su propio trapo, su elaborado herrumbre

por entre las grietas, un viento dulce de infierno,
un silbido: mi corazón se para y quiero escuchar, volcarme,
ser la dueña

pero no, no, esto es mezquino, es la venganza

¿has visto alguna vez al pájaro destrozar su propio nido
al ser tocado por el hombre?

así el mundo de las cosas: vuelto sobre nosotros, nos ha escondido
su gracia

vagamos huérfanos de ese íntimo esplendor

lo considero justo.


sábado, 29 de agosto de 2015

matar la madre

ah, así que vos ya no publicás más?
te aburguesaste, te pusiste fachita,
o qué, ahora te hacés
la poeta maldita,
la difícil, la inconseguible?

mirá que acá hay muchos, jóvenes, más
jóvenes que vos, jovencísimas promesas y
digamos, vos no los conocés, porque claro
ya no leés como antes, parece,
no te veo en el ciclo de fulano
no te veo en el ciclo de los ciclos
los lunes, los martes, los miércoles, los muy jueves,
los ciclos de los viernes que están buenísimos, te digo,
porque están todos, viste?
después del laburo y la facu, están todos, de los buenos, eh?
te digo, los que van para grandes, las joyitas ocultas de la poesía,
los que te ponen en un solo poema pija teta culeado papo
y el poema los sostiene
limpito el poema
como hecho para estos tiempos
efectista para el público adolescente
para el no tan adolescente
el madurito en crisis
y hasta para el público de los viejos que
los vieras la carita que ponen
cuando uno transgrede todo lo conocido

ah sí la transgresión la ruptura la vanguardia
eso es lo que nos interesa
la nueva poesía
la que vino a desestructurar la lengua, el lenguaje,
a deconstruir el discurso
la ideología de turno
la que vino a cuestionar todo
los grandes relatos de la historia
pero a vos che, ya no te escucho en esa, estás
en qué,
en otra

te fuiste, te cansaste, te peleaste con el editor?
con el poeta amigo?
militás en dónde?
ah, no militás? para el oficialismo tampoco?
no estás en ninguna ONG para ayudar a los chicos
pobres  pobrísimos
a entender esta nueva ola artística de la cual
claro
nosotros somos
los creadores, los representantes?

deberías tener vergüenza, mirá,
porque aparte supe que no agradeciste debidamente
la última reseña que hicieron de tu libro
me decís que no sos genuflexa? que no pediste nada?

pero en serio, tendrías
que hacer una poesía más divertida, más popular,
eso es lo que cuenta: llegarle, hablarle al pueblo,
divertirlo divertirlo
hacerle ver que uno es un escritor pero es
como ellos

para eso
la poesía audiovisual
la instalación poética
la performance lírico-dramática
el stand up poético
la poesía erótica vulgar esquizo narrativa psicodélica
el novomanierismo el neobarroquismo neobarrosismo
la poesía panfletaria de ideas

pero parece que de todo eso ni mú, che, eh?
che, te estoy hablando
a vos, te digo
hey, boluda,

dejá de dormir!!

sábado, 14 de junio de 2014

10 años después

Elogio del silencio
Escribir la primera palabra será como empezar a no ser, como
engendrar o como morir, los dos extremos
que son una y la misma embriaguez, pavorosos principios,
triunfos, catástrofes, glorias.

De “Cristóbal Colón inventa el Nuevo Mundo”,
poema que pertenece al libro Los días de tu vida, año 1977, Eliseo Diego.
Invocación primera
 
Como montar este caballo tierno a toda velocidad por la autopista.
Como abrir la boca, encima de este caballo tierno y tragar insectos.
Así, el silencio.
Así la virgen del mutismo absoluto.
Envuelta en velos. Castísima. Sin pecado concebida,
y enormes, sus piernas, que abrazan al potro, y lo conducen,
ebrio de uvas negras hacia alguna eternidad,
hacia alguna apertura en el cielo,
que nuestros tristes, nuestros nublados ojos, no ven.
Silente, la virgen. Frente nacarada, ancho pecho
para que no anide la serpiente, y resbale, lúbrica,
hacia la tierra,
hacia la rama retorcida y reseca.
No exhala, no gime, no discurre,
tu oscura y alta garganta de contessa.
No hablarás, mia virgine poderosísima,
donna descalza,
mujer posmoderna y floral. Tus plegarias,
apenas este trote vacío y elemental,
este fascinante silencio al cual, devotamente, me entrego.

Invocación segunda
 
Signora dei capelli d’oro, ¿qué cáncer de garganta te consume?
Se cimbra, en ese hueco, un grito,
como en un columpio estéril.
Es la palabra para el hombre, Prometea,
sombra que robaste al dios tu pedazo de razón,
eidolon que migras por la autopista.
Mi Lady Godiva, mi Señora, tu pelo de orquídea y de nido
se estremece bajo el sol de las tres.
Yo te persigo en pos de la palabra.
Pan no, ni hijos, ni gorjeos.
Una palabra, dame.Una palabra.

Invocación tercera
 
Considera nuestras hambres de sonido, fémina etrusca.
Tú, apparizione, lanzada a la tierra, mírame:
a mí, que me puse en la boca el vientre oscuro de la cigarra,
que vertí en mi cabeza la verde conciencia del sapo en la charca,
yo que estuve esperándote, Madre, en medio de augurios
que algunas antenas emitían tristes,
como destellos.
He cruzado el campo para verte pasar, montando, iluminada,
he cruzado, herida de soledad y espanto,
para verte, Regina, con tu aura de neones.
No sé si tu patria es la Jerusalem o el Infierno,
pero traes un fuego aparte,
y mis huesos exhalan un olor a hongo y humedades,
porque se cumple en mí lo de todo mortal:
el deseo, la furia, la nostalgia, el desencanto.
Por eso abrázame como a una niña cautiva,
y dame la palabra que abra el mundo,
como un damasco pletórico en su edad,
como las negras rosas, a la hora de los crepúsculos.

La madre
 
Ah, tú, con tus caderas de nigromanta bamboleándose por toda América,
tú con tus hierbajos, tus verdolagas, tus sopas fragantes de ahuyentar lechuzas,
tú con tus ojos de caída helicoidal en la muerte,
fascinante en la maleza,
fascinante como una pantera, como una perra en trance de parir,
¿qué haces aquí? ¿qué quieres?
En mi ventana hay cruces rojas, y astros de sal cruzados por si acaso,
y estrellas de siete puntas.
Hay, también, mastines, negros mastines flacos, enormes,
para morderte toda si te acercas. Si te acercas, te colgarán
de tus collares de jade. Si te acercas, te destrozarán
mis bestias húmedas de rocío,
mis mansas bestias de roer huesos y calaveras.
No quieras llegar a mi ventana, bruja,
no quieras embeberme como un espantapájaros con tus ungüentos,
con tus infusiones cálidas hechas para sudar el diablo y deslenguarse,
¿no ves que de mi puerta he colgado rojos trapos, y flores rojas para ahuyentarte?
¿no notas el suelo barrido y asperjado con ruda y malvón hervidos y machacados?
Tú vienes a hacerme hablar,
a darme la lengua de las matriarcas,
a ponerme unos ojos nuevos para alumbrar todo lo lejano,
allí, donde se cuece lo verdadero tras de las apariencias.
Hembra de América,
tú que quieres ser mi madre,
que me esperas en la sombra, con tus artificios
y tus nalgas alzadas con trapos y perfumes,
vete de aquí, porque no te he llamado,
porque quiero romperme sola, en mi casa sola,
como un puñado de huesos de pájaros,
quiero romperme y hacerme música que se eleve pronta
y se pierda de una vez para siempre.

Estudio sobre el signo, basado en Charles Peirce
“...el sueño difiere de la realidad sólo por ciertas marcas, por su oscuridad y carácter fragmentario”.
(Obra lógico-semiótica;
pag. 41; Ed. Taurus)
Llegada a la casa-Avistaje de uno o dos animales
Está sobre la heladera.
Es una mancha negra, con dos puntos brillantes y verdes.
Esa mancha encarna la gatidad, sin ser aún en un gato.
La gatidad absoluta o ideal antes de la mueca del dios que la formule.
Alguna clase de gatidad superior,
un fuego de artificio,
alcohol ardiendo en una hendidura de la noche,
una hermosa ferocidad gimiendo por las ratas,
clavándome algunas uñas en un pecho,
una imagen de París,
una suavidad moldeada en el infierno.
Nota: que la primeridad, según Peirce, es el modo de ser de aquello que es tal como es positivamente, y sin referencia a ninguna otra cosa. Vendría a comprenderse como la posibilidad o sensación de su existencia, un sentimiento.

Acercamiento-Visión
Lila.
La veo merodear casi sexualmente sobre la alacena.
Tiene el aire luciferino de quien muerde y traga sangre y nervios.
Tiene el alma angostada por la saciedad del hambre,
se lo noto en el latir caliente y animal.
Se mueve entre mis piernas con una cadencia cercana a Bach,
y la caricia, el certificado de que existo.
Nota: que la segundidad es el modo de ser de aquello que es tal como es con respecto a una segunda cosa pero con exclusión de toda tercera cosa. Se comprende que es la instancia del choque con el mundo, que define al sujeto por oposición a lo otro. Sujeto frente al objeto.

Cocinar es un arte-Actividad
Aún no encenderé la luz.
Me basta la lumbre náufraga del cigarrillo para verla brillar y gemir.
Entretanto, saco las flores amarillas de calabaza,
las dispongo sobre una fuente junto a las zanahorias y los alcauciles.
Esta escena deberá ser de una ceguera inusitada,
y me guío por el perfume y el silencio.
La tomo de una de sus suavidades: el cuello.
De un solo tajo la parto al medio mientras una parte me muerde la mano,
y yo grito y ella ya no puede.
El agua hierve con especias, sal y hojas de laurel.
Dejo caer allí sus dos puntas,
ambas hermosas y ya de una mortalidad visible y casi triste.
Me siento a la mesa. Sirvo el vino.
Me desnudo.
Pienso que cocinar es un arte.
Nota: que la terceridad es el modo de ser de aquello que es tal como es, al relacionar una segunda cosa con una tercera cosa entre sí. Pertenece al orden del pensamiento y la representación.

La imagen
“Plinio el Viejo, un historiador que murió en el 79 d. C. cerca de Pompeya, víctima de la erupción del Vesubio, en su célebre Naturalis Historia narró la leyenda de la joven mujer de Corinto que, presa del amor por un hombre que debía alejarse de la ciudad, trazó sobre la pared el contorno de su sombra, utilizando la luz de una vela y un trozo de arcilla seca. Quería conservar el recuerdo de su apariencia”.
(Lunes)
Busco —le dijo— la tinta de mariposas negras.
Al fondo de la habitación, sobre un banco de piedra,
había, derramado, el ángel ambarino de la luz,
un pañuelo azul para la frente amplia de Leda,
y un vaso de agua, porque el verano era grave.
De lejos, se escuchaba cómo se alimentaban los cuervos
en los trigales,
un rumor a Apocalipsis,
como si la eternidad se hubiera roto en alguna parte,
y sangrara...

(Martes)
Busco —le dijo a la segunda noche—
el fino pincel de pelo de caballo.
Era muy dulce la visión de los relámpagos
alumbrando a Dzhaidar.
Se podían contar los latidos en el pecho,
y el murciélago blanco de un pensamiento viejo,
(quizá el recuerdo de una mujer bajando al río)
a través de la piel traslúcida.
Leda lo lavaba, con una esponja y agua tibia,
y respiraba, en las axilas del hombre mojado,
un aroma a jazmín y madera de sándalo,
que recordaría muchos años después.

(Miércoles)
Al amanecer, sobre las quintas,
el movimiento de los heliotropos
y una lluvia de peces vivos y brillantes
auguraban el escándalo de la destrucción.
Sentada frente a la pared,
arremangado el vestido, mojado el pecho de lágrimas,
Leda paseaba los dedos sucios de arcilla y carbón
por el contorno de la sombra.
La luz temblaba, y Dzhaidar.
Nacía la imagen desde el fondo de la vida,
como de la muerte, doliente y efímera,
como siempre, de mujer y de hombre,
para habitar este mundo,
de carnadura de diablos y transparencias.

Elipsis
Mi padre sembró a mi madre, y la noche era como magia de cuervos:
algunos rezaban en el campo, entre las verduras,
arrodillados, con vestidos azules, y tocados de novia.
Algunas viejas secas, sostenían el rosario.
Mi madre, que soñaba con sembrar tomates, se abría de piernas,
y emulaba, en los ojos, los guiños de los pájaros,
piaba, maldecía, se frotaba contra mi padre,
como contra un vidrio resplandeciente y fresco.
Y todo eso pasó en una noche.
A mis diez años, me sentaron en una silla a observar los corderos,
sus sacrificios graves, de donde sacábamos la carne de comer,
morada y mística, en comuniones vibrantes y olorosas.
Luego las habas, los duraznos llamados corazón de buey,
y el sudor terrestre de las axilas de los peones,
sus oscuridades de pomelo, agrios y sexuados,
sobre los caballos.
No me brotó la adolescencia líricamente.
Me aterrorizó la sangre,
los pechos escapándose de la sutilidad de las blusas,
los muslos apretados contra las faldas, y contra los hombres,
las poses de amar y olvidar,
el rito floral y húmedo de la masturbación
y muchas casas para ausentarse hasta ser mujer,
de pie, sola ante y con el mundo.
A los 27 me llaman los muertos desde abajo,
y yo no respondo, me enfermo de realidad,
quiero ser lo cotidiano, el pozo de aguas sucias,
los chicos de la calle con el corazón a media asta,
la miseria de Dock Sud, el hambre de los perros,
quiero ser Buenos Aires, con su inmensidad,
con sus pangramas de piernas y de brazos,
quiero ser ese hombre último que recuerdo de ayer,
el Chevrolet rojo apretando dos ojos azules en la distancia,
para enseñarme el don de la espera y la fatiga.

La isla, o de la palabra como laberinto
“Una vez que habíamos recogido madera de resaca, hecho un fuego
y colgado nuestro caldero como un firmamento,
la isla se quebró por debajo de nosotros como una ola”.
(The disappearing island,
Seamus Heaney)
Escenario I
Es posible que jamás encontremos la salida:
Ariadna era frágil y murió hace mucho tiempo,
antes de los satélites y de la pasión de Cristo.
Había dejado un camino de migas de pan,
su cabello, de un rojo violento y occidental,
la leve huella que acabó donde empezaba el Minotauro.

Escenario II
Mirábamos al Sur, a veces,
donde Lesbia creía ver naves, peces brillantes,
y otras formas grotescas del espejismo.
Un pájaro enorme de hierro.
Instrumentos para contar el tiempo inasible.
Animales, lenguas y frutas que el oráculo no lograba descifrar.
—Es éste sol, Lesbia, y el mar tan infinito y azul—.
Volvíamos a casa, entonces,
a podar las vides que se enroscaban, vivas, en los templos,
como las víboras que, en el Nilo, hacen gemir a las mujeres.

Escenario III
Sentados aquí, mirando esta lluvia,
jugamos a los pájaros ciegos
y nos anduvimos el cuerpo con las manos.
El vino parece más dulce,
Y Hestia preside el fuego.
¿Qué hay de vestal en ti, Lesbia,
que se aclara tu frente al invocarla?
¿En qué otra vida paseaste los negros ojos
por estas habitaciones consumidas por el tiempo?

Escenario IV
El cielo se ha llenado de presagios.
Aquí abajo, las flores maduran en violentos amaneceres,
y nos llegan noticias de un Odiseo atado a su mástil,
ciego y sediento.
Bajo la negra nave, cruzan sirenas,
un submarino alemán,
y algunos sueños, en donde todo tiene lugar.

Polifonía (notas sobre un naufragio)
—Este animal con ojos de Madonna...
—Esta criatura que se acerca a mí con su cuerpo encendido
como un relámpago...
—Esta oscura premonición de la muerte..
—Este color sumergido en esta zona ausente de mi conciencia,
della follia che non mi hanno conosciuto...
—Esa ventana hacia tus ojos donde habita la bruja...
—Esta luna que vuela en las profundas aguas del Hemisferio Boreal...
—Esta última contemplación antes de la oscuridad...
—Esa bestia de carne de agua, que no sabe del mono
ni del hombre...
—Ce cadeau que les putas de l’América et de la France, hubieran
amado más que el perfume...
—Esa sensación de que el diablo sonríe a mis espaldas...
—Este impresionismo vital y torpe...
—Este pez...

Sobre la biografía como género
Alguien más escribirá tu memoria.
Alguien que entienda que no tuvo márgenes, tu vida,
ni astillas para encender los fuegos del olvido, y los eclipses.
Abrevará en tu historia como un ciego en una casa
llena de muebles y de recuerdos ajenos, tanteando,
especulando con el tacto, manoseándolo todo,
abriendo la espesura de los recuerdos,
como quien parte una ciruela negra,
y encuentra, en su médula,
el crisol dulce de su pulpa transparente y acuosa.
Pero esa constelación de códigos perdidos
no serás tú. Será el fantasma, el gólem construido
a partir de tus pedazos, de la dispersión de tus sílabas y actos,
a partir del fragmento que afirma y niega tu unidad,
como si la imagen de lo que fuiste nos llegara
desde la visión fulgurante y triste de los espejos rotos.
No serás tú. Serás otro. Y surgirás desde el fondo de la noche
como desde el tiempo, como una isla,
con tu nombre,  tus señas,
con las criaturas de fantasía que urdieron tus sueños.
Pero habrá un detalle, un signo que te niegue,
que te acerque un poco más al silencio en que te hundes,
y te habrás perdido para siempre,
en esas zonas últimas de soledad y naufragios.

La fotografía
La foto es sepia. Tú apareces de pie,
a un costado de la mesa larga donde quedaron
las migas, los licores agrios, la marca del vino
sobre los manteles, los perfumes de siempre,
la aspereza del lino.
Eras joven y tal vez ibas a ser hermoso,
estirado hacia arriba como el silencio del campo,
como esas horas donde los muertos zumban bajo tierra
y siembran hogueras y rastros invisibles en nuestras casas.
Algo ocurrió, después: el derrumbe de las cosas
en que creíamos, de las habitaciones en que dormimos,
mientras nos crecían las uñas y los ángeles. No advertíamos
esa primera desfiguración de la realidad, ni, acaso,
ese fantasma concupiscente que te mordía la mano
para tomar tu lugar, para borrarte del mundo
como se borran las marcas de agua en los retratos.
Luego sentimos nostalgia de ti. Pero era tarde,
y tus signos habían sido cambiados. Alguien más
comía en tu plato, habitaba tus camisas, usaba
tus temblores para anunciar la hora del crepúsculo.
Lo vimos repetido en tu espejo.
Lo vimos por toda la casa, disperso en cada objeto.
Lo vimos acumularse en nuestros recuerdos.
Por eso volvimos a la fotografía, desde donde él sonreía,
con la sonrisa cambiada, pero tuya, pero ajena.
Eras tú, eran tus huellas, tus latidos,
y era él, que comenzaba a ser tu muerte.

El tiempo (o el verbo encarnado)
Esto es el tiempo: una piedra arrojada desde la altura
de Dios o de los hombres,
circular, pulida por el camino de fuego y aire que atraviesa,
ese espacio vacío en que —dicen—,
se desarrolla la falacia de la eternidad.
Cae sobre el agua y abre el círculo de nuestra vida.
Todo cabe allí:
las máscaras desiguales que nos protegen o evidencian
—como en un absurdo teatro de luces y sombras—
el número de los días en que fuimos felices,
cada uno de los ásperos amaneceres en que negamos los sueños,
la vidriosa transparencia de los animales que acariciamos,
la rara inocencia que no pudo pervivir en nosotros.
La piedra cae. Y cuando el círculo alcanza
su máxima definición, desaparece,
y las ondas no son ya más que un eco triste
disperso entre otros círculos, de otras vidas,
que no son las nuestras. Ese roce sutil,
ese leve toque de agua será el encuentro
entre dos cuerpos,
ese pedazo de amor, rabioso y breve,
hurtado a la muerte.

Anticipaciones I
Hablemos, por ejemplo, de la muerte,
de la rota iridiscencia de sus vestidos,
de la indiferencia con que asienta sobre nosotros sus manos,
y una mañana, a pesar del patio que está quieto y sin novedad,
a pesar de que la ciudad sigue tragando obreros
como en un festín impiadoso,
se te aparece ella y te dice: “vamos, muérete, que a eso viniste”.
Entonces tú, que has aprendido las mañas de la bestia,
le dices que no, que por papeles eres joven,
que no has alcanzado la edad en que aparecen las canas,
ni que conoces, por decir lo primero, Sumatra.
Y te defiendes del hueco que empieza a abrirse en la tierra,
ese, que al fin será tuyo, sin tasas ni hipotecas,
y te defiendes de las más lozanas flores
los epitafios grotescos, repetidos, impersonales.
Ella sigue ahí, tranquila, limándose las uñas,
bebiendo tu café, fumando con impostada o natural soberbia
dejando que te agotes, que le hables,
que le digas lo de siempre, la injusticia, el tiempo,
que considere todo lo que aún no hiciste,
las mareas que no acabaron de lamer tus tobillos,
esos crepúsculos entre naranjos del Tucumán que nunca viste,
los hombres que no probaste...
Al fin se va, se levanta con esa elegancia de matrona raída,
y crees que la has convencido, cuando consideras tu vida,
y tomando la soga que sin querer, ella ha dejado sobre la mesa,
la pones en tu cuello y te lanzas al vacío, impiadosamente,
poniendo, en el salto, esa última mirada de esperanza,
esperando la mano amorosa que no habrá de salvarte.

Acerca de la inutilidad de una palabra
Tú crees que la muerte te sucede solamente una vez.
Que hay un signo o dos que la anticipan,
pero no.
Hay una cifra finita de actos que nos acercan al final:
cuando cruzas una ciudad silenciosa en el taxi amarillo
a las 2:30 de la mañana,
y tienes tiempo de pensar en tu cuerpo que pesa y duele por el cansancio,
y recorres con la mano la humedad de los vidrios,
la textura rota de las calles que se pierden en alguna forma de misterio.
Cuando tomas tu café, presuroso,
y lees en el diario el desastre cotidiano,
como si la guerra, la locura y el hambre fueran cosas
que sólo le pasan a otros.
Cuando amas, o crees que amas, y elaboras el complicado discurso
que te proveerá de un animal tibio en tu cama, en tu mesa,
en los sueños que otros te negaron.
Cuando decides por el vestido rojo, o el vestido negro,
cuando doblas la esquina,
o te ves en el espejo, en que algo, una mueca,
te salva del espanto otra hora más.
Cuando, distraído, eliges un kilo de manzanas,
una fecha para mudarte, la mudanza misma,
hasta el simple acto de levantar una lámpara e iluminar un cuarto,
Todo es una marcha lenta e inexorable hacia tu muerte.
¿Para qué, entonces, necesitas la palabra suicidio?

Disolución de la realidad
Fantasmales 1
Todos los días,
atrás de un árbol oscuro y deliciosamente profundo,
los fantasmales esperan.
Empiezan a crecer de noche,
tras el cierre de transmisión de los partidos de fútbol,
después de los micros religiosos,
mientras Marilyn Monroe gira incansablemente
en las sucias estaciones de trenes,
y alguien comenta, como soñando:
—Yo conozco esa tristeza, de algún lado...
A los fantasmales los hiere el perfume violento de las amapolas.
Es que a veces, ellos son viejos como catedrales,
y necesitan la amabilísima luz de los vitreaux,
las lámparas apenas insinuadas en los ojos de las muchachas vírgenes,
o la fosforescencia tenue de las luciérnagas.
Yo vi sus ojos clarividentes
una noche de lluvia,
dolorosos y enormes como l’Inferno, de Dante.
Es imposible que salgan de esta ciudad.
Primero,
porque la ciudad es un laberinto de rutas y espejos
nacida de un remoto sueño de Escher.
Segundo,
porque los fantasmales casi no tienen deseos.
Tercero,
porque son felices en esa zona perdida,
entre la Plaza de las revelaciones,
y las plantaciones de rosas.
Ellos abren todas las ventanas, aún en invierno,
porque el alma, a veces, no les cabe en los hoteles.
Los fantasmales suelen ampararse
bajo la mirada amarilla de los perros callejeros.
Los aman por dóciles,
por hambrientos,
porque arden en la noche,
pero sobre todo,
por las heridas de los autos de las avenidas furiosas.
Ambos reconocen en el otro,
a un hermano de la tibieza,
y, cándidos, serenos,
duermen abrazados, en los portales,
hasta que se encienden las manzanas,
y nace un crepúsculo de entre las piernas de una mujer hermosa.

Fantasmales 2
Esta habitación, triste como un lieder de Schubert,
se ha llenado de sombras.
Se pasean como tigres viejos,
mordiendo el desorden de las sábanas,
hacia cuya suavidad se derrama el tenue resplandor de la lámpara,
y el color grave y efímero de las caléndulas.
Mueren de amor y de miedo, a las tres,
cuando pasa Juan con el caballo negro,
y se les eriza el sexo por la música acompasada de los cascos.
Entonces, se los ve abrirse de piernas,
para contemplar la emigración de cuervos,
las translúcidas mariposas nocturnas,
y ese perfume como a rosa, que precede a los entierros.
Así son cuando aman:
la boca se les vuelve de pan y azúcar,
y si los frotas suavemente,
exhalan un inconfundible olor de ángel y cerezas.
Desaparecen trémulos, desnudos,
con la sexta campanada que anuncia el alba,
dejándonos con un ansia tal de volar,
que buscamos el edificio más alto y gris,
para despertarnos muertos y solos, contra el asfalto.

Fantasmales 3
Eidolon, una vez bajabas entre incendios y desnudeces.
Había, en ti, algo de máquina y de tigre.
Tu traje, de ojos y alas de calandria,
provocaba, en mi patio, una exasperación de viento Norte
y luego de abrevar en los aljibes,
me viste y me hablaste,
y yo corrí a mecerme en tus piernas,
como en un columpio suspendido en el abismo.
Las horas de caricias se hicieron inmensas.
El tiempo se ahuecaba en su lengua,
donde yo comulgaba sal y ostias,
un sabor de laurel y paraísos,
o de bestias dormidas.
Suicídame, Dios.
Soy un pájaro y me han vaciado el ojo izquierdo.
He perdido, como los desamados,
la visión de la mitad del mundo,
y mi vuelo es circular e infinito,
como tu juego de dados,
sobre la cabeza de los corderos.
¿Qué eternidad me has dado, Eidolon?
Se abrió, ante mí, una habitación edénica,
de flores secas y papeles viejos.
Era infinito el espacio, e infinitos los espejos
que la reproducían.
Empecé a desandar la tristeza,
sin ganas, casi sin esperanza.

Fantasmales 4
Todo lo aduraznado.
Todo siempre del vuelo hablábame. De sus angelosidades que le tremaban,
que le resbalaban, como un vaso sobre las ancas de las yeguas.
Algo santo, ¿no?, algo levitativo le ocurría en las mañanas,
porque de pronto, era un zeppelín que soltaba cuerdas
—encordada, solía dormirse, con todas sus extremidades
de austronauta, a salvo—
Desde siempre, le vi la mariposidad saltándole por los ojos,
por las antenas de resolana
(de felpa)
(de polvo de oro)
por donde se dispersaba el viento,
vibrando, como en un arpa.
Temblaba, al alzarse las cortinas de luz,
el aro anaranjado, álbico, que doraba serpientes
y músculos de codornices. Algo, no sé bien qué,
se le encendía gravemente adentro,
algo, una fogacidad volcánica.
Luego, entonces, comenzaban a volársele
los pollerines almidonados, las trenzas,
los tazones de beber agua-mate, el pabilo,
y entre tantos ojos azorados, volaba,
en direcciones equívocas, un poco hacia arriba,
como una perfecta bruja, madura de oscuridades.

lunes, 31 de marzo de 2014

310314


el año pasado estuve sola, al lado del río

de la montaña

 

mi compañero llegaba a la noche

 

debíamos hacer cosas juntos, pero en cambio

hacíamos otras cosas juntos:

ir a la cama para poder calentarnos, ver en tv

un reality de cantantes amateur

carreras de galgos

programas médicos con niños deformes

 

a veces hablábamos

 

me gustaba dormirme

escuchándolo contar cómo llegaba a los obradores

cómo cruzaba todo el paredón de los riscos

el lago de agua helada que, a esa hora, el sol hacía humear

 

yo pensaba en los peces, mirando desde la profundidad

la niebla sutílisima y espectral remontar el negado cielo

ir hacia arriba

ir

hasta perderse en el espacio

 

en ese tiempo no pude escribir

ni salir afuera, ni leer por consuelo

 

eran tardes y tardes de mirar hacia afuera, esperando

que el hijo se hiciera fuerte en mí, que tomara

el poder de la sangre

 

no sabía las cosas de la maternidad, pero me ponía

a imaginarlas: tardes en el parque

noches aliviándole la fiebre

o la penumbra de sus primeras palabras sin memoria

 

entonces yo estaba allí, y lo que hacía en el día

era lavar los pisos, planchar

los manteles

 

caminar por el río era doloroso porque el aire

me hacía caer lágrimas

 

un amigo me dijo que alguien más le contó que los ríos tenían sólo un sentido

pero que a veces parecía

tener los dos, correr

y desmadrarse, cultivar

un camino poco natural

 

en ese entonces acabé de comprenderlo en las olitas

que levantaba el viento, cómo chocaban

contra la imposibilidad de volverse por el cauce

como que lo andado no se desanda, y así, entonces

yo estaba allí

en mi pequeña telaraña de días y días

atrapada como una mosca

puesta al fin donde debía estar

o no, porque

quién sabe dónde

debemos estar, y para qué

si somos, de todos modos, este minotauro

mugiendo en el laberinto, astillado

el corazón, bruta la lengua

para decir cualquier cosa salvo

el grito

domingo, 1 de diciembre de 2013

Lo que dijimos del hermoso libro de Jorge Naparstek


“Un cuerpo deja de ser cuerpo/ como una sábana colgada en la lluvia”

Yo no quiero ni puedo separarme de estos versos,  porque hay en ellos a la vez, una fuerza que tira hacia abajo y hacia adentro iluminando, desde un oscuro centro, todo el libro. No es la de estos versos la salvaje fagocitación apropiada y efectista a que nos tiene acostumbrados lo que con mucho desparpajo llamamos la poesía moderna, contemporánea, posmoderna, pos algo. Es mucho peor: es la palabra que, a fuerza de ser verdad y carnadura, deja de ser palabra y comienza a ser algo más. Angustia de ser, de haber sido, de estar dejando de ser. Una angustia no en estado de efervescencia y radiación, sino el después de sí misma, una angustia desmantelada, extrañada de sí, vuelta inocencia, simpleza, palabra gravísima dicha clara y precisamente, teñida del desliz de la ironía. Duele, esta simpleza. Porque sabemos que para escribir esto ha sido necesario haber recorrido el pasillo de la sombra.

Tocar el cuerpo, ser tocado, determinar el lugar del cuerpo, el momento en que eso empieza a correrse de ahí y ser otra cosa, el instante de transfiguración, la Eurídice que habita la carne en que habitamos, dispersos, ignorantes, el lento pero inexorable y radical tiempo en que empezamos a –piel tras piel- irnos. Pero ¿cuándo, cómo o por qué? Si el cuerpo, en Naparstek, es el punctum, el axis a partir del cual se desarrolla la experiencia de la vida, y aún más y sobre todo, la experiencia de estos poemas. No es difícil encontrar en Rojo de tanto girar una organización de lo vital a través de lo sensorial: el oído, el tacto, lo visual, todo parece conjugarse para hacer camino a una interpretación del poemario que roce con sutileza cierto sensualismo a lo Condillac. Desde que pasaste por aquí/ el sol cambió de ventana/ tus ecos recorren el jardín/ la caricia de una luz lenta/ los mantiene a flote.

  Pero hay algo que entra a desmentir este sensualismo sesgado, no sólo porque este poema de tono amoroso constituye una excepción en el conjunto, sino que en algún punto descubrimos que lo que puede conocerse –que aquello que de hecho se conoce-  está intervenido por algo que tiene que ver con la ciencia ficción, con el extrañamiento del mundo, con la volatilidad y el desconcierto de una percepción que se interpela a sí misma e interpelándose construye un yo igualmente volátil, igualmente fragmentado, afantasmado.

Es posible, entonces, en este momento, recordar a Nietzsche, cuando dice en su artículo Sobre verdad y mentira en un sentido extramoral, que “…La "cosa en sí" (esto sería justamente la verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es deseable en absoluto para el creador del lenguaje.” De manera que la verdad en este libro de Naparstek, si es que perseguimos alguna, es, como todas, naturalmente íntima y cerrada sobre sí como un erizo y por momentos, sólo a él parece responderle ese hermetismo, esa dura caja en que el significado de algo parece resolverse, alumbrarse un instante, para luego volver a ser en sí un misterio, el misterio que representa toda genuina obra poética. A esta sensación, hay que agregarle el trabajo curioso que realiza el autor respecto al encadenamiento de versos, al aura de una palabra que creíamos perdida o caída en el sentido pero que el verso posterior retoma e ilumina, al juego singular con la música, a la posibilidad de ceder, con maestría, espacio, en igual medida, al sonido y al silencio, creando efectos raros, ordenando y a veces, por qué no, desquiciando al lector domesticado periscopio en mar hostil/ el enemigo duerme/ en el fondo de la pecera/ sueña guerras/ armado con fuego y viento/ enemigo es el que finge dormir/ mientras reseca el sueño ajeno/ una vela se apaga en la azotea./ puertas y ventanas vacilan/ a esta azotea sin reina/ ni siquiera llega el ascensor.

De otra característica de algunos poemas de este libro me gustaría reflexionar: la pregunta retórica, dispuesta, en ocasiones, a la mitad del texto que provoca la contaminación del sentido general  del poema y también, por qué no, su desquicio: “habrá paz ahí?”, “¿cuánto más resistiré?”, “¿final?”, “se mira así, ¿o así?”. En el transcurrir del poema, una pregunta puede representar una fractura. No la negación explícita del significado total del poema, antes bien, una cumbre del significado. Su parte especular, el momento más hermético y por tal, el más pleno, echando sobre la palabra la luz más antigua del mundo: el deseo de saber y la impotencia del misterio recreándose y recreándose: “la cabeza entre las manos/ las manos entre las piernas/ ahora cavo túneles/ los lápices se me caen de las manos/ mi cuerpo las sigue/ me gustaría saber/ pero escribo poesía”

 

011213

Matemos al caniche que todos llevamos dentro.