Hay que saber ser muñeca, saber abrirse.
Darle el corazón a los monos, dárselo simplemente,
porque en el juego, la felicidad acontece.
Ellos saben jugar.
Te agarran el corazón así, mirá, así,
medio tembleques, medio como en serio,
y lo escuchan:
el mecanismo es el de un reloj,
de un soldadito de plomo,
un tic tac asombroso, una joda.
El mono, que es niño, ríe.
Ríe con sus tontas encías,
dobla las falanges,
se tapa el rostro,
contiene erecciones.
Hasta ahí, todo hermoso.
Hasta que lo que parecía un reloj,
el juguete tonto,
estalla.
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