lunes, 31 de marzo de 2014

310314


el año pasado estuve sola, al lado del río

de la montaña

 

mi compañero llegaba a la noche

 

debíamos hacer cosas juntos, pero en cambio

hacíamos otras cosas juntos:

ir a la cama para poder calentarnos, ver en tv

un reality de cantantes amateur

carreras de galgos

programas médicos con niños deformes

 

a veces hablábamos

 

me gustaba dormirme

escuchándolo contar cómo llegaba a los obradores

cómo cruzaba todo el paredón de los riscos

el lago de agua helada que, a esa hora, el sol hacía humear

 

yo pensaba en los peces, mirando desde la profundidad

la niebla sutílisima y espectral remontar el negado cielo

ir hacia arriba

ir

hasta perderse en el espacio

 

en ese tiempo no pude escribir

ni salir afuera, ni leer por consuelo

 

eran tardes y tardes de mirar hacia afuera, esperando

que el hijo se hiciera fuerte en mí, que tomara

el poder de la sangre

 

no sabía las cosas de la maternidad, pero me ponía

a imaginarlas: tardes en el parque

noches aliviándole la fiebre

o la penumbra de sus primeras palabras sin memoria

 

entonces yo estaba allí, y lo que hacía en el día

era lavar los pisos, planchar

los manteles

 

caminar por el río era doloroso porque el aire

me hacía caer lágrimas

 

un amigo me dijo que alguien más le contó que los ríos tenían sólo un sentido

pero que a veces parecía

tener los dos, correr

y desmadrarse, cultivar

un camino poco natural

 

en ese entonces acabé de comprenderlo en las olitas

que levantaba el viento, cómo chocaban

contra la imposibilidad de volverse por el cauce

como que lo andado no se desanda, y así, entonces

yo estaba allí

en mi pequeña telaraña de días y días

atrapada como una mosca

puesta al fin donde debía estar

o no, porque

quién sabe dónde

debemos estar, y para qué

si somos, de todos modos, este minotauro

mugiendo en el laberinto, astillado

el corazón, bruta la lengua

para decir cualquier cosa salvo

el grito