i.
El silencio es un caballo. Ese caballo. El negro.
Corre alrededor nuestro.
No soy su centro, su eje, su picota, su axis mundi.
Soy lo que soy:
una mujer con un miedo terrible
a verle los ojos,
a dejarme golpear la frente,
a asumir la violencia de toda esa sedosidad junta.
ii.
Una mujer. Eso es bastante poco.
Bastante precario. Como cuando se quema azúcar
para evitar la pestilencia del muerto.
Así la mujer: pasa, con su aroma
de azúcar,
con su muy poco de origami,
con su a veces de sangre,
y deja un rastro, una huella,
la marca de una mano mojada en la mesa.
A veces ni eso.
Y se esfuma.
Eso es lo suyo.
iii.
¿Y qué habrá de mí si no quiero?
¿Qué, si decido ponerme los ojos de mi padre,
usar como un traje sus pantalones, su sexo, su tos,
su látigo, sus costumbres de perro?
¿Ardería?
¿Encendería mi superficie poderosa
hasta encontrarme yo debajo?
¿Mataría al disfraz, al payaso,
al delincuente?
¿Me acomodaría otra vez al silencio?
¿De verdad?
1 comentario:
wo... qué bueno que volviste
aplausos, aplausos
y un abrazo
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