miércoles, 18 de febrero de 2009

La red-fragmento

Mi biblioteca se compone de cuatro o cinco libros que siempre llevo a veranear conmigo. La lectura no es uno de mis entretenimientos favoritos, pero siempre mi madre me aconsejaba, para que mis sueños fueran agradables, la lectura de estos libros: El libro de Mencius, La fiesta de las linternas, Hoei-Lan-Ki (Historia del círculo de Tiza) y El libro de las recompensas y las penas.
Varias veces encontré el último de estos libros abierto sobre mi mesa, con algunos párrafos marcados con pequeños puntitos que parecían hechos con un alfiler. Después yo repetía, involuntariamente, de memoria estos párrafos. No puedo olvidarlos.
-Keng-Su, repítelos, por favor. No conozco esos libros y me gustaría oír esas palabras de tus labios.
Keng Su palideció levemente y jugando con la arena me dijo:
-No tengo inconveniente.
(...)
"Si deseamos sinceramente acumular virtudes y atesorar méritos tenemos que amar no sólo a los hombres, sino a los animales, pájaros, peces, insectos, y en general a todos los seres diferentes de los hombres, que vuelan, corren y se mueven"
Al otro día leí:
"Por pequeños que seamos, nos anima el mismo principio de vida: todos estamos arraigados en la existencia y del mismo modo tememos a la muerte".
Guardé el libro dentro del armario, pero al otro día lo encontré sobre mi cama, con éste párrafo marcado:
"Caminando, de pie, sentada o acostada, si ves un insecto pereciendo trata de liberarlo y de conservarle la vida. ¡Si lo matas con tus propias manos, qué destino te esperará!..."

De La red.
Silvina Ocampo.
Antología esencial; Emecé Editores S.A.; 2001.

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