viernes, 17 de septiembre de 2010

Kirilov

Kirilov

"Parece que la consecuencia apremiante de tal actitud es obligarnos a preguntar si entre todas las formas de muerte no hay una más humana, más mortal, y si esa muerte por excelencia no sería la muerte voluntaria. ¿Darse muerte no es el camino más corto del hombre hacia sí mismo, del animal al hombre y, Kirilov agregará, del hombre a Dios? “Les recomiendo mi muerte, la muerte voluntaria, que viene a mí porque lo quiero.” “Suprimirse es el más estimable de los actos, con él casi se adquiere el derecho de vivir.” La muerte natural es la muerte “en las condiciones más despreciables, una muerte que no es libre, que no llega cuando es necesario, una muerte cobarde. Por amor a la vida, debiera desearse una muerte por completo diferente, una muerte libre y conciente, sin azar y sin sorpresa”. Lo que dice Nietzsche resuena como un eco de libertad. Uno no se mata, pero puede matarse. Es un recurso maravilloso. Sin ese balón de oxígeno a mano, nos ahogaríamos, no podríamos vivir. La muerte cercana, dócil y segura hace posible la vida porque es justamente lo que da aire, espacio, movimiento alegre y ligero: es la posibilidad.

La muerte voluntaria parece plantear un problema moral: acusa y condena, promedia un juicio final. O bien aparece como un desafío a una omnipotencia exterior: “Me mataría para afirmar mi insubordinación, mi nueva y terrible libertad.” Lo nuevo del proyecto de Kirilov es que no sólo piensa elevarse contra Dios matándose, sino verificar en su muerte la inexistencia de ese Dios, verificarla para él y mostrarla a los otros. (…) ¿Por qué el suicidio? Si muere libremente, si sufre y prueba su libertad en la muerte y la libertad de su muerte, habrá alcanzado lo absoluto, será ese absoluto, absolutamente hombre, y no habrá otro absoluto sino él. (…) Dios juega su existencia en esa muerte libre que se asigna a un hombre resuelto. Si alguien es dueño de sí hasta la muerte, dueño de sí mediante la muerte, será entonces dueño de esa omnipotencia que nos llega por la muerte, la reducirá a una omnipotencia muerta. Así el suicidio de Kirilov se convierte en la muerte de Dios. De allí su extraña convicción de que ese suicidio inaugurará una nueva era, será la línea divisoria de la historia de la humanidad y que, precisamente después de él, los hombres ya no tendrán necesidad de matarse, porque su muerte, haciendo posible la muerte, habrá liberado la vida, la habrá vuelto plenamente humana."


Nota: el fragmento fue extraido de la obra El espacio literario, Maurice Blanchot, Ediciones Paidós

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