el año pasado estuve sola, al lado del río
de la montaña
mi compañero llegaba a la noche
debíamos hacer cosas juntos, pero en cambio
hacíamos otras cosas juntos:
ir a la cama para poder calentarnos, ver en tv
un reality de cantantes amateur
carreras de galgos
programas médicos con niños deformes
a veces hablábamos
me gustaba dormirme
escuchándolo contar cómo llegaba a los obradores
cómo cruzaba todo el paredón de los riscos
el lago de agua helada que, a esa hora, el sol hacía humear
yo pensaba en los peces, mirando desde la profundidad
la niebla sutílisima y espectral remontar el negado cielo
ir hacia arriba
ir
hasta perderse en el espacio
en ese tiempo no pude escribir
ni salir afuera, ni leer por consuelo
eran tardes y tardes de mirar hacia afuera, esperando
que el hijo se hiciera fuerte en mí, que tomara
el poder de la sangre
no sabía las cosas de la maternidad, pero me ponía
a imaginarlas: tardes en el parque
noches aliviándole la fiebre
o la penumbra de sus primeras palabras sin memoria
entonces yo estaba allí, y lo que hacía en el día
era lavar los pisos, planchar
los manteles
caminar por el río era doloroso porque el aire
me hacía caer lágrimas
un amigo me dijo que alguien más le contó que los ríos
tenían sólo un sentido
pero que a veces parecía
tener los dos, correr
y desmadrarse, cultivar
un camino poco natural
en ese entonces acabé de comprenderlo en las olitas
que levantaba el viento, cómo chocaban
contra la imposibilidad de volverse por el cauce
como que lo andado no se desanda, y así, entonces
yo estaba allí
en mi pequeña telaraña de días y días
atrapada como una mosca
puesta al fin donde debía estar
o no, porque
quién sabe dónde
debemos estar, y para qué
si somos, de todos modos, este minotauro
mugiendo en el laberinto, astillado
el corazón, bruta la lengua
para decir cualquier cosa salvo
el grito
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