domingo, 14 de junio de 2009

Esperando a Godot

"El 19 de noviembre de 1957 un grupo de inquietos actores se preparaba para salir a escena. Eran los miembros de la Academia de Actores de San Francisco. El público ante el que iban a actuar estaba formado por 1.400 presos de la Penitenciaría de San Quintín. Nadie había representado allí desde que Sara Bernhardt lo hizo en 1913. Ahora, cuarenta años después, la obra escogida, principalmente por no tener papeles femeninos, era Esperando a Godot, de Samuel Beckett.
No es, pues, de extrañar que los actores, y Herbert Blau, el director, estuvieran recelosos. ¿Cómo iban a presentarse a uno de los más difíciles auditorios del mundo con una obra tan marcadamente oscura e intelectual y que casi había producido tumultos en los más sofisticados públicos de Europa Occidental? Herbet Blau decidió preparar al auditorio de San Quintín para lo que iba a presenciar. Compareció en el escenario y se dirigió al repleto y oscuro comedor Norte, convertido en un mar de vacilantes cerillas que los presos lanzaban por encima del hombro después de haber encendido sus cigarrillos. Blau comparó la obra con una pieza de música de jazz: " a la cual uno debe estar atento para descubrir en ella todo lo que uno crea poder descubrir". Del mismo modo tenía la esperanza que habría diversas interpretaciones, diversos significados personales para cada uno de los asistentes a Esperando a Godot.
El telón se alzó, la obra dio comienzo. Y aquello que había desconcertado a los sofisticados auditorios de París, Londres y Nueva York, fue inmediatamente asimilado por un público de presos. El escritor de Recuerdos de un estrenista (Memos o a First-Nighter), en las columnas del periódico del penal, el "San Quentin News", dijo:
"El trío de forzudos, de prominentes bíceps, que había plantado sus 642 libras en el pasillo, esperaban que saliesen chicas y cosas divertidas. Cuando esto no ocurre manifiestan su enojo y en voz alta empiezan a decir que en cuanto se apaguen las luces se largan. Estaban en un error. Escucharon y observaron dos minutos más, y se quedaron. Se quedaron hasta el final. Estaban temblando".
Un periodista del Chronicle de San Francisco, que estuvo presente, hizo notar que los presos no encontraron la obra difícil de entender. Uno de ellos le dijo "Godot es la sociedad", otro: "Es el exterior". Uno de los maestros de la prisión es citado diciendo: "Ellos saben lo que significa esperar..., sabían que si por fin Godot hubiese llegado, habría sido un engaño"

Fragmento del capítulo introductorio a El teatro del absurdo, de Martin Esslin.
Editorial Seix Barral, S.A.
Barcelona, 1966